jueves, 15 de diciembre de 2011

Meditemos el Evangelio del día. Viernes de la III semana de Adviento.

Lectura del santo Evangelio según san Juan 
5, 33-36
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: "Ustedes enviaron mensajeros a Juan el Bautista y él dio testimonio de la verdad. No es que yo quiera apoyarme en el testimonio de un hombre. Si digo esto, es para que ustedes se salven. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y ustedes quisieron alegrarse un instante con su luz. Pero yo tengo un testimonio mejor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar y que son las que yo hago, dan testimonio de mí y me acreditan como enviado del Padre"
Palabra del Señor.

Oración
Señor, el día de tu llegada está muy cercano y Tú quieres que prepare mi corazón para recibirte. Ilumina, Señor, este corazón que te quiere recibir. Enséñame a ser una lámpara como Juan el Bautista, para poder iluminar a los demás hombres que marchan con miedo en las tinieblas del mundo. Los hombres buscan la Verdadera Luz, que eres Tú mismo, y Tú me llamas a ser una lámpara que lleva un poco de tu Luz. No permitas que el miedo a ser coherente o el temor a ser santo, extingan la luz que me has confiado y que estoy llamado a transmitir. Ilumina las tinieblas de mi corazón para luego poder iluminar las tinieblas de los demás. Señor Jesús, haz que pueda experimentar tu amor por mí, para que luego pueda dar testimonio de Ti a los hombres, mis hermanos. Haz de mí un fiel testigo tuyo.

Reflexión
En el Evangelio de hoy, Cristo nos lanza un reto: el de ser lámparas como Juan el Bautista. Lámparas que arden y brillan. ¿Cómo lograrlo? Para prender la lámpara se necesita ante todo el fuego que la va a prender. Este fuego no lo podemos hacer nosotros, es el fuego que el Espíritu Santo nos da, como el que dio a los apóstoles el día de Pentecostés. Mientras la lámpara arde, el aceite se va consumiendo, y este aceite es nuestra oración. De ella depende cuánto podrá durar el fuego encendido. Si no somos capaces de entregarnos, de dejarnos consumir por el fuego, éste se extinguirá.
Cristo nos dice además que no quería apoyarse en el testimonio de Juan, esto es comprensible, pues Juan alumbraba para invitar a la gente a la conversión, para estar listos a la hora de la llegada del Señor. El Papa nos dice que brillemos, aunque sea una chispita entre tantos fuegos artificiales, pues las lámparas de algunas personas son sólo eso, fuegos artificiales, que nos deslumbran, pero que después de un instante desparecen. En ellos, no está la Verdadera Luz.
Ahora bien, el testimonio que Cristo quiere que demos, es el de su Amor por nosotros. Ésta es la gran diferencia entre nuestro testimonio y el de Juan. Tenemos que decir al mundo que Dios nos ama y nosotros mismos debemos mostrarlo con nuestras obras. Nuestro amor por Dios debe convertirse en obras y no sólo en palabras. Hacer obras concretas de amor por Dios (actos de caridad, cumplimiento de los mandamientos...) nos exigirá algo de renuncia de nosotros mismos; pero es esta renuncia la que consume nuestro aceite y mantiene nuestra lámpara encendida. Es esta Luz del amor de Dios, la que iluminará a los hombres que viven en las tinieblas del pecado.

Propósito del día
Seré luz para los hombres haciendo pequeños servicios desinteresados.

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